martes, 2 de junio de 2009

A MARCAHUASI



UN RATITO A PIE Y OTRO CASI CASI

Cuando Juan Manuel comenzó a caminar con tanta energía por los desfiladeros que llevan a Marcahuasi, no hubiese imaginado que por la noche no podría dormir por el dolor de cabeza. Era soroche, esa migraña que ataca por efecto de la altura y el frío. Dicen que siempre existe una primera vez para sentirlo y que no podemos decir que nunca nos pasará. En los viajes que he realizado nunca le tuve miedo al soroche hasta aquella noche de campamento en la que mi hermano se tomaba la cabeza y rogaba que pare su dolor y malestar. Lo peor: Era tarde en el anfiteatro de Marcahuasi, el frío aumentaba al pasar los minutos y el pueblo más cercano, San Pedro de Casta, se encontraba a dos horas en marcha rápida, lo que se complicaba con la oscuridad.

A Marcahuasi

Era junio del 2007 y Juanma cursaba el quinto año de secundaria. Yo salía de Lima cada fin de semana y los domingos en la noche le contaba a dónde había ido y qué de nuevo había visto. Me pedía hacer una excursión juntos y decidí que Marcahuasi sería un buen lugar. Lo primero fue comprarle zapatillas de trekking, con lo que su viajecito empezó a salirme caro desde antes de partir. Era sábado y nos reunimos con los chicos de Wayra. Partiendo de Chosica, las movilidades hasta San Pedro de Casta son escasas y salen a medida que se llenan de pasajeros. Se sube por la quebrada de Santa Eulalia. Son cuatro horas típicas de estribaciones y río, desfiladeros y polvo. Los que ya conocían la ruta escuchaban música o trataban de dormir un rato. Juanma estaba atento al camino. Señalaba la planta hidroeléctrica, las aves y las curiosas formas de los cerros. Después de mucho rato señaló un cerro al otro lado de la quebrada donde se veían casas con techos rojos. Ese es San pedro de Casta­­ —le dije—.

Después de comer un arroz masacoteado (que difícil es encontrar un buen arroz en la sierra) y de pagar por el ingreso a la municipalidad, empezamos el camino de subida con Juan Manuel adelante, libre en su andar a pesar del sol y la sequedad de junio. Corría y regresaba a medida que veía un halcón o las formaciones rocosas en la parte superior. Faltando el tramo final quedaba una pendiente bien pronunciada donde el camino se perdía entre rocas y arbustos. Lo perdí de vista y no lo volví a ver hasta el pórtico que da la bienvenida al ANFITEATRO, una pequeña explanada rodeada de rocas donde se acostumbra acampar.

Llegamos primeros, pero decía mi abuela que más importante es saber llegar. No había que desabrigarse. El sol es engañoso y el frío era fuerte. El cuerpo estaba caliente de la caminata. Juanma se desabrigó (a pesar de que le dije que no lo hiciera) y al rato empezó a sentir escalofríos. Lo abrigué con todo lo que había y subimos a la parte alta a recibir más sol y contemplar el lugar en el que estábamos. El paisaje lo distrajo pero a medida que oscurecía me decía que la cabeza le dolía más y más.

En el campamento contábamos con una amiga enfermera, que llevaba un botiquín. Ella le proporcionó medicinas y junto con mate y sopa calientes lo atendíamos. El dolor bajaba en algo pero seguía con el cuerpo frío a pesar de la ropa que llevaba. Fue una noche larga en la que me desperté varias veces para abrigarlo y preparar bebidas calientes. Fue la primera vez en que me sentí responsable de alguien y recordé que era la primera vez que Juanma iba a la sierra y lo llevé directamente a acampar a más de 4 mil metros de altura. Algo en lo que no reparé.

Salio el sol

A la mañana siguiente me desperté y lo primero que hice fue preparar nuevamente sopa y té caliente. No tuve que buscarlo en la carpa ya que salio el mismo. Su rostro lo mostraba repuesto pero me dijo que aún tenía un ligero malestar. —Nada que no me impida caminar hoy— dijo.

Y eso hicimos: caminar. Ya no tan ligero como el día anterior, pero fuimos de un extremo a otro de la meseta de Marcahuasi. Empezamos por el lado suroeste. Desfiladeros y piedras y más piedras con sus formas caprichosas: Una tortuga, un casco germano (que a mi me pareció mas romano que germano) focas, druidas, el profeta, un perro jugando, un condor, el rostro de un anciano y muchos más. Dependiendo de la imaginación y de la ubicación del sol, las figuras son múltiples. A ese extremo también se ubica la laguna Cachu Cachu y al final la llamada FORTALEZA, que son restos arqueológicos.

Regresamos al anfiteatro e iniciamos en recorrido por el otro lado. Más figuras, unas chulpas pre-incas y la piedra más conocida: EL ROSTRO DE LA HUMANIDAD. Esta piedra hay que contemplarla con paciencia y buscando sus aristas y formas. No verlo como un panel más de la avenida la marina. Hay que prestarle atención y nos sorprenderá. Juanma se animó a posar a los pies de la piedra. Se le veía contento y con energía. Después de esto, creo que se va dedicar al turismo.

El camino de regreso

Parece que el camino de regreso le devolvió el malestar. Dejábamos las ruinas atrás y sentía los pies pesados al andar. Caminaba despacio por el mismo recorrido por el que corrió y saltó el día anterior. Algunos bajaban en caballo y él quería uno. Le dije que no, que haríamos el resto del camino a pie, como debe ser.

—Caminaremos, como el camino a San Fernando— le dije

―¿Cómo a San Fernando?— me preguntó

—Como la canción, ¿no la has escuchado? A San Fernando: un ratito a pie y otro caminando—

—Ah, la canción de El Ultimo de la Fila— me contestó con desgano.

—Aunque así como te veo caminar, será camino a Marcahuasi: un ratito a pie y otro casi casi—.


Artículo originalmente publicado en la revista ZONA 39, Nº 39. Ver la versión impresa en el link:
ttp://issuu.com/remoche/docs/marcahuasi

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