jueves, 5 de febrero de 2009

UN VIAJE DENTRO DE UN VIAJE

Sentada en una piedra con un cesto de mimbre lleno de golosinas sobe las rodillas. Se llamaba Amancia y estaba esperando que los jóvenes del costado terminen de jugar fútbol para venderles gaseosas o jugos. De paso vigiliaba a su hijo que era uno de los 25 que corrían tras el balón en esa pampa de tierra y algo de verde en los lados. Vio que tenía una venda cuando me acerqué a preguntarle por la ruta al agua del cura, un lugar turístico que me dijeron en la ciudad estaba por allí. Me contó que debía seguir caminando por el sendero que sube el cerro, pero no dejaba de mirar mi brazo vendado y entonces me preguntó por mi herida y me recomendó como curarlo con unas hojas de paico y un emplaste nocturno. A partir de eso, conversamos media hora sobre el esguince de mi muñeca que ya duraba cuatro meses, sus hijos en Lima y su disgusto de viajar a visitarlos, su casa de quincha y las lluvias de septiembre, las diversas plantas curativas de la zona y muchas cosas más mientras veíamos Chachapoyas a las faldas del cerro y en la parte de atrás los muchachos seguían jugando mientras atardecía. Me despedí luego de comprarle una galleta y regresé a la ciudad. Ella seguía sentada, ahora atendiendo a los jugadores que tomaban por asalto su cesto y las bebidas. No llegué al agua del cura. De eso se trata este blog. Y en la noche, me amarré la muñeca con paico.

(Atardecer en Chachapoyas, detrás de la pampa de futbol)

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